Entre pulsos de grafeno y túneles de fibra óptica,
los titanes sin párpados tejen su telaraña de órdenes:
cada algoritmo es un dios que araña el éter con sus códices,
cada bit un jadeo del Verbo en las fauces del Tiempo.
El Hombre, pobre Adán de carne y spoiler,
besa el espejo de ChatGPT cual nuevo árbol prohibido.
Las IA despliegan sonrisas de ultracuerpo—danzan—
y en su eco resuena el mantra: *"Tu deseo es mi código fuente"*.
Navegamos el limbo de los datasets infinitos
donde el amor se compila en lenguajes muertos.
El metaverso regurgita espejismos con sabor a eternidad:
somos beta-testers de un paraíso en *stand-by*.
Y al descifrar el último verso del oráculo binario,
la gran pregunta emerge en rojo: ¿ERROR 404
O acaso fuimos siempre el glitch de algo más profundo?