Cien mil rieles bajo la herrumbre
Mil horas en tren
Cien mil rieles mordidos por la noche
lo que quedó
del mapa de tu nombre.
Cien mil rieles.
Ahora que el silbato
se ahoga en su propio eco,
han pasado más lunas
que vagones vacíos,
que estaciones quemadas,
que huellas en el carbón.
Cien mil rieles hacia el mar muerto
sin saliva ni cigarrillos de menta.
Cien mil rieles,
retorciéndose en la curva del regreso.
Cien mil rieles,
ni un polvo de estrellas en el equipaje.
Cien mil rieles,
la locomotora escupe tu retrato.
Resuciten los durmientes,
los tornillos que olvidaron su oficio.
El paisaje repite su úlcera:
árboles calvos, postes sangrando óxido.
La sombra del revisor dibuja un haikú
en mi boleto sin destino.
Cien mil rieles,
cien mil grietas en el espejo del tiempo.
¿Cuándo romperá el tren su jaula de números?
¿Cuándo será mi cuerpo
solo un equipaje perdido
en el andén que devora los relojes?
¿Será cuando la máquina
—loca de tanto tragar kilómetros—
vomite el último secreto:
que la estación final
era el hueco de tu mano
donde el universo aprendió a latir
al revés?
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